¿Por qué va uno al psicólogo?

Los síntomas de un malestar que impulsa al cambio
Consultas de diván: ¿por qué van los porteños al psicólogo?
"Por problemas con los chicos, con la pareja, por inseguridad", dicen los especialistas


Dicen que una vez un poeta fue a ver a Freud. Había leído varios de sus escritos y se preguntaba si debía él iniciar un análisis. Freud lo escuchó, le hizo algunas preguntas y le recomendó que siguiera escribiendo: “Si alguien puede disfrutar del trabajo, del sexo y del amor, no es necesario que inicie un tratamiento”.

Generalmente cuando algo que funcionaba en relación con estas áreas deja de hacerlo, la persona se decide a consultar al psicólogo. La dificultad se presenta a través de un síntoma, inhibición o angustia, aunque puede hacerlo de las más diversas formas: crisis de angustia, momentos de pánico, depresiones, impulsiones en el ámbito escolar, familiar y laboral, rupturas del lazo social. En todos los casos, sin embargo, el síntoma conlleva sufrimiento y un empobrecimiento de la vida de la persona. El hecho de no comprender qué está ocurriendo, que equivale a decir: “No sé qué me pasa que no puedo...”, probablemente lleve a consultar a un profesional.

La licenciada María Leonor Solimano, miembro de la secretaría ejecutiva de la red asistencial dependiente de la Escuela de Orientación Lacaniana, señala: “Según las estadísticas recabadas por la Red, el 45% de las consultas recibidas en el último año fueron por problemas de pareja, ya sea para formarla, porque está en crisis o por dificultades en la vida sexual”.

En cuanto a las consultas por niños, el doctor Jorge Blidner, jefe de la Unidad de Salud Mental del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, explicó que son varias las razones que llevan a los padres a consultar: una indicación del pediatra o de la escuela; el deseo de que el hijo esté en sintonía con el modelo social o familiar, o simplemente porque ven que el chico está mal. Destaca que, si bien ésta es la posición más madura, porque revela que se está dispuesto al cambio y a hacer un esfuerzo para lograrlo, también es la más infrecuente. “Llevar a un hijo al especialista es llevar una parte grande de sí mismo”, concluye el especialista.

En relación con las urgencias, el doctor Guillermo Belaga, jefe del Servicio de Salud Mental del Hospital de San Isidro, plantea que ha cambiado el modo de presentación de los casos: “Mientras que hasta hace algunos años las urgencias eran las descriptas por la psiquiatría clásica, hoy en día están íntimamente ligadas al malestar en que vivimos”.

Belaga, autor del libro “La urgencia generalizada” (Grama Ediciones), considera que la ausencia de seguridad –el no poder contar con un entramado social que proteja al sujeto de su precariedad– ha sido elevada al plano de la clínica. Desde acontecimientos que llegan a la primera plana de los diarios hasta la pequeña tragedia individual, algo se ha roto en la normalidad de la vida del que consulta. “Desarmado el imaginario que lo sostenía –agrega el psicoanalista–, el sujeto se presenta expuesto en su singularidad, presa de una angustia que no logra inscribir en ningún lado. La urgencia aparece entonces como una nueva forma clínica, como un nuevo síntoma.”

Otro modo de hacer
En tiempos en que el Estado ha dejado de ser de bienestar, el lazo que se produce en la ciudad fácilmente puede romperse. Las escenas pueden ser de lo más variadas: alguien que aparece en el servicio de guardia porque el corazón le late tan fuerte y se siente tan mal que tiene un súbito miedo a morir. El electrocardiograma, normal; presión, normal; todos los indicadores clínicos hablan de una normalidad física. Es entonces el médico el que recomienda: “¿Por qué no va a ver a un psicólogo?”.

Las pérdidas, ya sea del empleo, la seguridad económica, un ser querido, o también un “no sé qué me pasa; está todo bien, pero no disfruto”, son otras de las razones para efectuar una consulta. Ante la intuición de que no es de afuera el problema, algunos insisten en la pregunta, y los más afortunados no obtienen una respuesta inmediata.

La invitación, entonces, es a comenzar a hablar; el que habla, añora un equilibrio que antes conoció y que se ha perdido. Dice Belaga: “Es en este proceso, al poco tiempo de iniciada incluso la primera entrevista, que adviene cierta calma. Poder hablar a partir de los síntomas, a partir de eso que se presenta como fuera de lo normal, permite reintegrar al sujeto a sus lazos grupales, a esos lazos de los que ha sido apartado”.

Destaca además: “Es importante ayudar a que el sujeto conciba otra narrativa. Es a través de la invención y la apuesta por el rasgo particular como cada uno llegará a una solución, a un nuevo saber hacer con eso que le ocurre”.

Ya sea según las coordenadas de la urgencia o frente a un proceso que la persona siente que no sabe cómo manejar, para hablar a partir de los síntomas, que es lo que diferencia la consulta de cualquier otro tipo de charla, lo mínimo indispensable es que alguien que sufre quiera saber algo sobre lo que le ocurre y que la consulta supone un saber a descubrir, según dice la doctora Diana Campolongo, coordinadora de Docencia e Investigación en Psicopatología del hospital Piñero. “La sorpresa es encontrar una nueva manera de arreglárselas; es inventar otro modo de hacer que alivie el sufrimiento”, concluye.

Por Verónica Rubens Para LA NACION
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