Sobre El secreto de sus ojos




Por Lidia Deutsch

Es una película magnífica, que ya desde el título introduce al espectador en la resolución de un enigma. En este caso, lo enigmático de un crimen, en tanto leído en los ojos del asesino. El deseo contenido en los ojos capta el caudal de fuerza que este está dispuesto a desplegar.
El personaje de Ricardo Darín lee, en los ojos del asesino -en los años de adolescencia del siniestro personaje- una fuerza inclaudicable, perversa, que lo lleva a matar al objeto de su deseo.
De la misma manera, cuando el personaje interpretado por Darín, ve la fuerza inclaudicable del esposo de la asesinada en llevar adelante su ideal: “un asesino merece cadena perpetua, usted lo dijo”, en ese momento -y sólo ahí- saldrá de su duda y postergación neurótica y podrá dar un salto hacia la acción: correrá, por fin, hacia su amor de toda su vida.
Realizar acciones postergadas, que pueden tener la temporalidad de toda una vida, es la ¿salida? neurótica de los humanos, en la que elegimos soñar… postergar…
De hecho, la neurosis es poco más que eso: un velo que tapa quién es cada uno en relación a sus propios deseos.
Esta interpretación acerca de cuál es el centro de la neurosis, se encuentra de la mano con la concepción marxista de que somos mercancía, que giramos en una rueda sinfín, opacos a nosotros mismos.
La conciencia opaca lo que genuinamente se quiere, ese es el lugar de la conciencia y el capitalismo opaca la mercancía que somos, arrojados al mercado. Los dos son opacamientos y los dos son disfraces.
Esta película revela, brillantemente, el objeto de su deseo a los dos personajes.
Al esposo, el que se cumpla la condena. Al personaje de Darín, que no sea su cobardía y -por supuesto- las diferencias de clase y de cultura, las que lo separen de su amor. Porque en la película los personajes que se aman son conscientes de las diferencias de clase y los dos lo explicitan.
Pero si una buena definición del amor es “dar lo que no se tiene”, creo que en esta película se realiza.
Si no hubiera una libertad, que en realidad es lo que nos define como humanos, toda relación humana sería del área de los instintos.
Me remito a la admiración de Marx por Balzac, que como escritor admiraba a la nobleza y, sin embargo, reflejaba muy bien la decadencia de su clase.
Me remito también a las discusiones teóricas de Lukacs y Bertold Brecht acerca de qué es lo que representa una estética revolucionaria. Y aunque en muchas cosas no coincidían, estoy segura que no interpretarían desde un economicismo o desde una distribución de dos bandos toda la riqueza de interpretación de un hecho humano.
La película no es sólo una buena mercancía. En todo caso, a través de ella se puede ver el deseo: el perverso y el genuino. Se pueden ver las acciones de los hombres en cuanto a no claudicar en sus causas.
Creo que la aventura humana de vivir –y también de analizarse- no es más que eso: atravesar la conciencia, para ver qué se es en la economía de deseos en la que se fue gestado y elegir, libremente, si se está de acuerdo en ocupar ese lugar.
Creo que la aventura humana de vivir es ver que lugar se ocupa en la economía de mercado y elegir si sólo se es mercancía arrojada al mercado.
Mis dos creencias se dan la mano.
Admiro profundamente las salidas individuales que con inteligencia, tesón, coraje se acercan a la mejor comprensión de las tareas individuales y colectivas.
Creo que la película gustó tanto porque da respuesta a dos enigmas humanos: porqué se postergan tanto los deseos y porqué, si se sabe qué es lo que se tiene que hacer, no se lo hace.
Esta película está en la línea de Hamlet, el drama Shakesperiano, sólo que lo resuelve; no se trata del ser y la postergación: se trata del hacer.
Se trata del acto. Y, por supuesto, de que en todo acto la responsabilidad es personal.

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