No se trata de convocar a censuras insensatas o hipócritas, sino de respetar el deseo de nuestros hijos, pero también nuestros propios criterios para evitar caer, sin darnos cuenta, en empujarlos a un aparente disfrute para el que no están preparados y que el contexto social suele estimular. Cuando las imágenes en las pantallas y el lenguaje cotidiano muestran que la inhibición parece cuestión del pasado, queda en las sombras el pánico que ese mismo mensaje genera. “No te quedes con las ganas de nada”, dice el comercial de un producto de primera marca resumiendo la ideología de la época. Pero se termina con “ganas de nada”.
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