Por José Ramón Ubieto
El tabú del incesto es el principio regulador de los lazos familiares. Alrededor de esa prohibición se organizan los deseos y los vínculos, lo que está prohibido, pero también lo que resulta permitido para cada uno. Tiene pues una función constituyente y estructurante de la dinámica familiar. Ni siquiera es necesario que la ley recoja esa prohibición para que funcione en la inmensa mayoría de los casos.
A veces no es así y entonces lo familiar deviene siniestro, se revela como algo monstruoso, ajeno por completo al ideal de armonía del núcleo familiar. La clínica nos muestra ejemplos de madres que toman a su hijo como un objeto del cual no pueden desprenderse y lo llevan consigo a todas partes, lecho conyugal incluido. O padres que hacen de sus hijas un objeto para la satisfacción sexual desde edades tempranas. Las causas de estas conductas son variadas y no siempre implican una patología mental grave, de carácter delirante, en el adulto. A veces se trata de sujetos que no están dispuestos a renunciar al objeto prohibido y franquean ese umbral pasando al acto. Se autorizan a ellos mismos a darse esa satisfacción.
El caso de Josef Fritzl nos confronta, de manera más radical que otros, con ese más allá del principio del placer al que se refería Sigmund Freud, ciudadano austriaco también, y cuya obra surge en una Viena cruce de todas las formas posibles de familia.
El horror que produce este caso, por su crudeza y por las consecuencias que deja, se incrementa por la cantidad de interrogantes que suscita y que alcanzan a todos: esposa, hija, familia extensa, vecinos, policía local... ¿Cómo es que nadie supo nada de esa otra escena familiar que habitaba justo debajo de la familia respetable de los Fritzl? Escena, por otra parte, que redoblaba la original, donde vivía la hija-madre también con tres hijos-nietos y un televisor como pantalla central del domus.
Toda familia se organiza en torno a un secreto y cuando se trata del incesto, el drama es que confesarse ese horror arruina por completo toda versión natural e ideal de la familia y revela que lo monstruoso habita el propio interior.
Lo monstruoso es el nombre que damos a un lazo entre dos sujetos en el que uno deviene objeto de la voluntad de satisfacción del otro, sin que el amor o el deseo puedan funcionar como límite a ese real.
Cuando ningún velo puede seguir ocultándolo y eso sale a la luz, cada uno, como ya le ocurrió a Natascha Kampusch, que ya ha ofrecido su ayuda, debe interrogarse acerca de su posición, de lo que hizo y de lo que consintió, a veces mirando para otro lado.
Artículo aparecido en LA VANGUARDIA el jueves 1 de mayo de 2008.
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