Por Juan Carlos Indart
El chisme, como el chiste, es esencialmente social, y se propaga, por definición, más allá de los círculos cerrados. Nace escapándose de los mismos, en diversas direcciones, y se ramifica en una extensión abierta imposible de precisar.
Como todo el mundo sabe, una vez que el chisme se escapa, las consecuencias son impredecibles. A todo el mundo le da risa la frase: "Te voy a contar un chisme pero no se lo cuentes a nadie". Da risa por la contradicción, porque el chisme viene de escapar del encierro, y sólo seguirá siéndolo en tanto escape otra vez de cualquier nuevo encierro con el que se pretenda sofocarlo. Por eso, esa frase se oye como un pacto de buena fe respecto a que el oyente no implicará dolosamente al narrador en las consecuencias, pero no se oye como un pacto de secreto y discreción, porque el chisme es más fuerte que la gente. El chisme usa a la gente para la propagación de su dignísimo lugar en la estructura del discurso.
Clases, climas y geografías propicias al chisme De mi lado no es que quiera hablar, porque yo: ciérrate boca. Pero se anda diciendo que las mujeres son más chismosas que los hombres. No sólo eso, también me enteré de que los humildes son más chismosos que los que lucen la prestancia que da un poder y su ejercicio. Y esto no lo van a creer: se cuenta que la gente con mezcla de sangre india y negra, digamos, todo el criollaje latinoamericano, para simplificar, es más chismoso que la gente de los pueblos nórdicos, e incluso se escucha la sugerencia de que en Europa hay un poco de chisme sólo en dirección meridional.Ya podemos captar el núcleo del asunto.
Si ustedes son positivistas pueden considerar que con buen sol el chisme florece, mientras que no se da bien en lugares fríos.
Pero, desde el psicoanálisis, lo que advertimos es la relación del chisme con aquel que encarna lo que llamamos el significante amo, en cualquier nivel. Lo es el hombre en su hogar, cuando le dice a su mujer que no sea chismosa, o que no le venga con chismes. El que encarna poder, en su pequeño o gran ámbito de dominio, siente que con el chisme se le escapa algo que lo implica, como verdad que no debe ventilarse, porque su posición exige reprimirla. Y así es como los chismes surgen en el entorno del padre, del capataz, del jefe de la oficina, y de todos los reyes y príncipes del poder político, económico y cultural.
Consideremos cómo la cultura inglesa correspondiente al desarrollo de su imperio inventó la discreción británica, es decir, una severísima educación de los amos para que no tuviesen participación en el chisme, sancionando al mismo como de mal gusto. Escuchar y contar chismes es gusto de plebeyos, de peones, de empleados y de mujeres. Un señor no se lo permite por definición, porque en eso consiste su discriminación de la gente inferior, y por eso los chismes siempre surgen a sus espaldas, para regocijo de los subalternos. Que hay un regocijo lo prueba hoy que en el mercado haya tantas publicaciones especializadas en alimentarlo, ganando de esa manera su exceso de dinero, e imaginándose por eso como un cuarto poder.
Se puede reflexionar sobre un imperio que, además de sostener un poder ejecutivo, un poder legislativo, y un poder judicial, tuviese que ceder algo ante la existencia de un cuarto poder como poder del chisme. Eso es el periodismo, pero del periodismo no se deduce ni por qué ni cuándo ni dónde a él mismo se le da por pasarse a servicio secreto.
El chisme y su poder de castración Es evidente que el chisme es un nombre que toma la verdad. No la Verdad teologal o filosófica, sino la verdad práctica, la verdad desencadenada, la que se propaga por la trama social, con múltiples formas y efectos, entre la gente que conversa entre sí, esa que evocó Baltasar Gracián imaginándola de parto. Un embarazo y un parto son cosas reales, y el pueblo nunca lo consideró de otra manera, pero siempre hizo de eso una inventiva para la verdad del chisme. No se puede introducir un embarazo y un parto en lo social sin chismes. Como en el chisme, esa verdad siempre es tan mentirosa como verdadera, tan exagerada como precisa, tan sin pruebas como probatoria, tan risueña como penosa, y siempre tan astuta como ignorante de sus consecuencias, que pueden ir desde la delación que traiciona al amigo, hasta la paulatina orientación de una crítica que precipita la caída de un poderoso.
Pero entremedio, en el chisme como verdad popular, socializante, una de sus consecuencias es ayudar al acercamiento entre los sexos, no siempre con malos resultados, si se tiene en cuenta la dificultad de esa aproximación.
Y eso ocurre porque la consistencia del chisme, más allá de su caleidoscópica presentación, es que propaga como verdad la castración del amo.
El que manda se diferencia del que obedece, pero el que manda se cree superior y de ahí escapa el chisme que revela que en la cama es como cualquier otro, para risa de las mujeres y los esclavos. Ya me he dicho: ciérrate boca. Pero se dice que para las mujeres que el amante sea amo o esclavo no es decisorio. También se dice que cuanto más cerrado sea el amo, más chismes habrá de que ella lo ha hecho con un esclavo.
Hoy, del lado de los poderosos, hay feos cambios. No son señores, y se sienten perseguidos por la espalda y por el trasero. La verdad desencadenada entre ellos no se llama chisme, sino información confidencial, y la cierran en el círculo de la guerra económica y la competencia en un mercado de putas cuyo chisme se sanciona con el asesinato sádico. Ya están fuera del sentido del chisme, y ya es gente que no hay que mirar ni de frente ni de atrás.
Se puede decir que el inconsciente es un memorial de chismes sofocados, que aparecen como síntomas, y un psicoanálisis es lo que les da piedra libre para que se expresen, hasta verificar que ya no vale la pena seguir dirigiéndoselos al amo.
Es ahí donde un analista, que no sofoca el chisme, pero no es prenda de su escándalo, invita al chismoso del inconsciente a que deje de serlo, para que haga valer esa misma verdad que lo anima en una acción responsable para la propagación de un vínculo social nuevo.
Juan Carlos Indart, psicoanalista miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana. Ha publicado Sobre el amor y el deseo del analista, Vigencia de las formaciones del inconsciente, Histeria: triángulo, discurso, nudo y La pirámide obsesiva.
El chisme, como el chiste, es esencialmente social, y se propaga, por definición, más allá de los círculos cerrados. Nace escapándose de los mismos, en diversas direcciones, y se ramifica en una extensión abierta imposible de precisar.
Como todo el mundo sabe, una vez que el chisme se escapa, las consecuencias son impredecibles. A todo el mundo le da risa la frase: "Te voy a contar un chisme pero no se lo cuentes a nadie". Da risa por la contradicción, porque el chisme viene de escapar del encierro, y sólo seguirá siéndolo en tanto escape otra vez de cualquier nuevo encierro con el que se pretenda sofocarlo. Por eso, esa frase se oye como un pacto de buena fe respecto a que el oyente no implicará dolosamente al narrador en las consecuencias, pero no se oye como un pacto de secreto y discreción, porque el chisme es más fuerte que la gente. El chisme usa a la gente para la propagación de su dignísimo lugar en la estructura del discurso.
Clases, climas y geografías propicias al chisme De mi lado no es que quiera hablar, porque yo: ciérrate boca. Pero se anda diciendo que las mujeres son más chismosas que los hombres. No sólo eso, también me enteré de que los humildes son más chismosos que los que lucen la prestancia que da un poder y su ejercicio. Y esto no lo van a creer: se cuenta que la gente con mezcla de sangre india y negra, digamos, todo el criollaje latinoamericano, para simplificar, es más chismoso que la gente de los pueblos nórdicos, e incluso se escucha la sugerencia de que en Europa hay un poco de chisme sólo en dirección meridional.Ya podemos captar el núcleo del asunto.
Si ustedes son positivistas pueden considerar que con buen sol el chisme florece, mientras que no se da bien en lugares fríos.
Pero, desde el psicoanálisis, lo que advertimos es la relación del chisme con aquel que encarna lo que llamamos el significante amo, en cualquier nivel. Lo es el hombre en su hogar, cuando le dice a su mujer que no sea chismosa, o que no le venga con chismes. El que encarna poder, en su pequeño o gran ámbito de dominio, siente que con el chisme se le escapa algo que lo implica, como verdad que no debe ventilarse, porque su posición exige reprimirla. Y así es como los chismes surgen en el entorno del padre, del capataz, del jefe de la oficina, y de todos los reyes y príncipes del poder político, económico y cultural.
Consideremos cómo la cultura inglesa correspondiente al desarrollo de su imperio inventó la discreción británica, es decir, una severísima educación de los amos para que no tuviesen participación en el chisme, sancionando al mismo como de mal gusto. Escuchar y contar chismes es gusto de plebeyos, de peones, de empleados y de mujeres. Un señor no se lo permite por definición, porque en eso consiste su discriminación de la gente inferior, y por eso los chismes siempre surgen a sus espaldas, para regocijo de los subalternos. Que hay un regocijo lo prueba hoy que en el mercado haya tantas publicaciones especializadas en alimentarlo, ganando de esa manera su exceso de dinero, e imaginándose por eso como un cuarto poder.
Se puede reflexionar sobre un imperio que, además de sostener un poder ejecutivo, un poder legislativo, y un poder judicial, tuviese que ceder algo ante la existencia de un cuarto poder como poder del chisme. Eso es el periodismo, pero del periodismo no se deduce ni por qué ni cuándo ni dónde a él mismo se le da por pasarse a servicio secreto.
El chisme y su poder de castración Es evidente que el chisme es un nombre que toma la verdad. No la Verdad teologal o filosófica, sino la verdad práctica, la verdad desencadenada, la que se propaga por la trama social, con múltiples formas y efectos, entre la gente que conversa entre sí, esa que evocó Baltasar Gracián imaginándola de parto. Un embarazo y un parto son cosas reales, y el pueblo nunca lo consideró de otra manera, pero siempre hizo de eso una inventiva para la verdad del chisme. No se puede introducir un embarazo y un parto en lo social sin chismes. Como en el chisme, esa verdad siempre es tan mentirosa como verdadera, tan exagerada como precisa, tan sin pruebas como probatoria, tan risueña como penosa, y siempre tan astuta como ignorante de sus consecuencias, que pueden ir desde la delación que traiciona al amigo, hasta la paulatina orientación de una crítica que precipita la caída de un poderoso.
Pero entremedio, en el chisme como verdad popular, socializante, una de sus consecuencias es ayudar al acercamiento entre los sexos, no siempre con malos resultados, si se tiene en cuenta la dificultad de esa aproximación.
Y eso ocurre porque la consistencia del chisme, más allá de su caleidoscópica presentación, es que propaga como verdad la castración del amo.
El que manda se diferencia del que obedece, pero el que manda se cree superior y de ahí escapa el chisme que revela que en la cama es como cualquier otro, para risa de las mujeres y los esclavos. Ya me he dicho: ciérrate boca. Pero se dice que para las mujeres que el amante sea amo o esclavo no es decisorio. También se dice que cuanto más cerrado sea el amo, más chismes habrá de que ella lo ha hecho con un esclavo.
Hoy, del lado de los poderosos, hay feos cambios. No son señores, y se sienten perseguidos por la espalda y por el trasero. La verdad desencadenada entre ellos no se llama chisme, sino información confidencial, y la cierran en el círculo de la guerra económica y la competencia en un mercado de putas cuyo chisme se sanciona con el asesinato sádico. Ya están fuera del sentido del chisme, y ya es gente que no hay que mirar ni de frente ni de atrás.
Se puede decir que el inconsciente es un memorial de chismes sofocados, que aparecen como síntomas, y un psicoanálisis es lo que les da piedra libre para que se expresen, hasta verificar que ya no vale la pena seguir dirigiéndoselos al amo.
Es ahí donde un analista, que no sofoca el chisme, pero no es prenda de su escándalo, invita al chismoso del inconsciente a que deje de serlo, para que haga valer esa misma verdad que lo anima en una acción responsable para la propagación de un vínculo social nuevo.
Juan Carlos Indart, psicoanalista miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana. Ha publicado Sobre el amor y el deseo del analista, Vigencia de las formaciones del inconsciente, Histeria: triángulo, discurso, nudo y La pirámide obsesiva.